La impronta genética es como un sello secreto en nuestro ADN, una marca
que distingue entre las contribuciones genéticas maternas y paternas. En su esencia,
es un fenómeno epigenético donde ciertos genes son silenciados o expresados de
manera diferente según si provienen del óvulo o del espermatozoide. Mientras que
algunos genes pueden ser «apagados» por la impronta en el cromosoma materno, a
otros le ocurre lo mismo en el cromosoma paterno. Esta danza de activación y
silenciamiento crea un patrón único de expresión génica que contribuye a la
diversidad y complejidad de la herencia.
Una característica estelar de la impronta genética es su papel en el desarrollo
embrionario. La expresión diferencial de genes improntados influye en la formación
de tejidos y órganos, contribuyendo a la especificidad de cada individuo.
En el campo de la medicina reproductiva, la impronta genética puede
proporcionar información crucial sobre la salud y el desarrollo del embrión. Por
ejemplo, el estudio de los genes improntados puede ayudarnos a comprender mejor
las causas de ciertas enfermedades genéticas y anomalías del desarrollo, como el
síndrome de Angelman y el síndrome de Prader-Willi. También tiene aplicaciones
potenciales en el diagnóstico y el tratamiento del cáncer. Recientemente se ha
descubierto que la desregulación de los genes improntados está involucrada en
varios tipos de cáncer, lo que sugiere que podrían servir como biomarcadores útiles
para la detección temprana y el pronóstico de la enfermedad.