Por: Jennifer Pochne
Johan Gregor Mendel, hoy en día conocido como “el padre de la genética”, llegó al mundo el 20 de julio de 1822 en la ciudad de Heinzendorf, ubicada en el antiguo Imperio austríaco (y actual República Checa). Su padre era un veterano de las guerras napoleónicas, y su madre, la hija de un jardinero. La infancia de Mendel estuvo marcada por la pobreza, sin embargo, ya desde pequeño fue un niño curioso que mostraba grandes aptitudes para la física y las matemáticas. Sus habilidades fueron reconocidas por el cura local, que lo influenció para que se volcara hacia la iglesia. Así, a pesar de los deseos de sus padres para que continuara trabajando en la granja familiar, Mendel inició su formación teológica cuando comenzaba su segunda década de vida. En 1843 ingresó con el nombre de Gregor en el monasterio agustino de Königskloster, cercano a Brünn, donde fue ordenado sacerdote en 1847.
Desde que comenzó su formación religiosa, Mendel residió en la abadía de Santo Tomás (Brünn). Sin embargo, en 1851 fue enviado a la Universidad de Viena para continuar con sus estudios, donde se doctoró en matemáticas y ciencias. En esta prestigiosa institución se formó bajo el acompañamiento del físico austriaco Christian Doppler y el físico-matemático Andreas von Ettingshausen. Posteriormente estudió anatomía y fisiología de las plantas, y se especializó en el uso de microscopio bajo la tutoría del botánico Franz Unger.
Inicialmente, las primeras investigaciones de Mendel se encaminaron al estudio de ratones. Luego, por un tiempo utilizó abejas, hasta que finalmente se decidió por las plantas. A mitad del siglo XIX, comenzó sus investigaciones acerca de la transmisión de rasgos hereditarios en los híbridos de plantas. En ese momento, se creía que los rasgos hereditarios de cualquier especie se obtenían simplemente de la mezcla diluida de los rasgos que estaban presentes en ambos progenitores.
Mendel comenzó los primeros experimentos de cruzamientos con guisantes efectuados en el jardín del monasterio en la abadía de Santo Tomás. Entre 1856 y 1863, se llevaron a cabo todos los experimentos necesarios para concluir sus investigaciones, utilizándose alrededor de 30.000 ejemplares de diferentes variedades de la planta de la arveja (Pisum sativum). El núcleo de sus trabajos le permitió descubrir las tres leyes de la herencia, también conocidas como leyes de Mendel, que han permitido describir los mecanismos de la herencia. Estas mismas leyes serían explicadas unos años más adelante por el padre de la genética experimental moderna, el biólogo estadounidense Thomas Hunt Morgan (1866-1945).
En 1865, Mendel presentó sus estudios y hallazgos en dos conferencias pronunciadas en las reuniones de la Sociedad de Historia Natural de Brno, que fueron publicados al año siguiente en su revista con el título: Experimentos sobre híbridos de plantas. En sus trabajos sobre los guisantes denominó “caracteres” a las características fenotípicas (apariencia externa), y usó el nombre de “elemento” para referirse a las entidades hereditarias separadas. Su mérito radica en darse cuenta de que sus experimentos (variedades de guisantes) siempre ocurrían en variantes con proporciones numéricas simples. En la actualidad, los “elementos” y “caracteres” son conocidos de forma universal como genes. Para ser más precisos, las versiones diferentes de genes responsables de un fenotipo particular, se llaman “alelos”. Así, el color de los guisantes verdes y amarillos corresponde a la expresión de distintos alelos del gen responsable del color.
A pesar de la importancia de su investigación, Mendel no hizo demasiado para dar a conocer trabajo, y los resultados de su esfuerzo fueron ignorados por completo al momento de su publicación. El pensamiento generalizado era que Mendel no había demostrado nada que no se supiera ya: los híbridos vuelven finalmente a su estado original. La importancia que tenía la variabilidad y sus implicaciones evolutivas se pasaron completamente por alto. Además, sus hallazgos no fueron vistos como algo que pudiera aplicarse en términos generales. Incluso el propio Mendel estaba convencido de que sus descubrimientos solo eran aplicables a ciertas especies o a ciertos tipos de rasgos. Pero en la actualidad sabemos que su sistema no solo demostró ser de aplicación general, sino que se ha convertido en uno de los principios fundamentales de la biología. Una vez más en la historia de la ciencia, encontramos otro ejemplo donde la grandeza de un descubrimiento no fue bien entendido por los contemporáneos de una época.
Un dato que resulta curioso es que, a pesar de haber vivido en la misma época, no existen evidencias de que Darwin y Mendel hayan tenido contacto de algún tipo. De hecho, el trabajo del monje fue a menudo marginado por los darwinistas, quienes afirmaban que estos descubrimientos eran irrelevantes para la teoría de la evolución. Irónicamente, la única referencia histórica que existe al respecto es que habiendo leído el trabajo de Darwin, el propio Mendel parecía estar de acuerdo con esta distinción: “He visto todo el trabajo allí, y cuanto más lo veo, más estoy convencido de que el Mendelismo no tiene nada que ver con la evolución”. Faltaban en ese momento muchos trabajos y aportes de otros científicos, para que las ideas de estas dos grandes eminencias pudieran converger.
En 1868, Mendel fue elegido abad de la escuela en la cual había sido docente durante los 14 años anteriores, aunque su pérdida de visión le impidió seguir con sus investigaciones. A partir de ese momento, y debido a su oposición a una ley por la cual se gravaba en exceso a los monasterios, viajó poco y se aisló aún más del resto de sus coetáneos.
Gregor Mendel murió en el convento de Brno el 6 de enero de 1884, a los 61 años a causa de una nefritis crónica. Al momento de su muerte se valoraron sus méritos de abad y de pedagogo, pero sus experimentos eran prácticamente desconocidos y nadie se había dado cuenta de la importancia y las implicancias que tenía. Tuvieron que transcurrir más de tres décadas, para que sus trabajos fueran reconocidos y entendidos por otros científicos. En 1900, el botánico Hugo de Vries, el botánico y genetista Carl Correns y el agrónomo Erich von Tschermak-Seysenegg duplicaron los experimentos y los resultados que había obtenido Mendel, redescubriendo por separado las leyes de Mendel.