Pensemos en la mitosis como un ballet meticulosamente coreografiado de
cinco actos: profase, prometafase, metafase, anafase y telofase. Durante estos
actos, el núcleo celular se divide, asegurando que cada célula hija reciba la
información genética necesaria para mantener la continuidad de la vida. En otras
palabras, este proceso tiene como fin generar dos células hijas portadoras de una
copia idéntica del material genético original.
En la profase, las hebras del ADN se condensan, como bailarines que se
visten para la actuación. En la metafase, los cromosomas se alinean en el centro,
listos para el gran momento. La anafase marca el acto dramático, donde las
cromátidas hermanas son separadas y tiradas hacia polos opuestos de la célula.
Finalmente, en la telofase, se forma un nuevo núcleo en cada célula hija, marcando
el fin de esta sublime danza genética.
La mitosis es esencial para el crecimiento, la reparación y la renovación
celular. En el tejido humano, por ejemplo, las células de la piel siguen este delicado

proceso para reemplazar constantemente a aquellas que se desprenden o mueren,
permitiéndonos mantener una barrera protectora firme con el paso del tiempo. En el
ámbito de la medicina, comprender la mitosis es crucial para abordar enfermedades
como el cáncer, donde el proceso de división celular puede volverse caótico. Los
tratamientos contra esta enfermedad a menudo se diseñan para interrumpir la mitosis
en células cancerosas, evitando así su propagación descontrolada.
¿Sabías que algunas células son tan rebeldes que se niegan a someterse a la
mitosis? Estas células, conocidas como células senescentes, entran en un estado de
«reposo» permanente y se resisten a dividirse, lo que puede contribuir al
envejecimiento y a diversas enfermedades relacionadas con la edad.