Imaginemos una secuencia genética donde ciertas cadenas de nucleótidos se
repiten una y otra vez, como un estribillo persistente en la sinfonía del código
genético. Básicamente, se trata de un fenómeno donde secuencias cortas de ADN se
duplican en tándem, creando patrones de repetición que danzan con gracia dentro
del genoma.
Su naturaleza repetitiva es clave, estas secuencias cortas se alinean una tras
otra, como cuentas en un collar, creando un patrón recurrente que puede variar en
longitud y composición. Esta variabilidad es un rasgo distintivo, una huella única que
permite la identificación de individuos y poblaciones, como una firma genética
grabada en la esencia misma de nuestro ser.
Estas secuencias repetidas se encuentran dispersas por todo el genoma,
desde los intrones que intervienen en la regulación génica hasta los telómeros que
protegen nuestros cromosomas. Sin embargo, es en las regiones codificantes donde
su presencia puede tener un impacto más notable, afectando la expresión de los
genes e incluso contribuyendo a la aparición de enfermedades genéticas.
Algunas repeticiones en tándem son conocidas como satélites y minisatélites.
Estos elementos genéticos cortos pero repetitivos crean estructuras fascinantes, a
menudo utilizadas en estudios de variabilidad genética y pruebas de paternidad.