Pensemos por un momento, que cada ser vivo en nuestro vasto planeta es un
libro inmenso y complejo, pero escrito en un lenguaje universal: el código genético.
En su esencia, este alfabeto de la vida, es un conjunto de instrucciones maestras,
codificadas en moléculas de ADN, que dicta cómo se construye y opera cada ser
vivo. Está compuesto por cuatro letras, las bases nitrogenadas: adenina (A), timina
(T), citosina (C) y guanina (G), que se agrupan en tripletes llamados codones.
El código genético tiene dos características distintivas: la universalidad y la
redundancia. La primera, implica que todos los seres vivos del planeta lo utilizan,
desde las bacterias del suelo hasta las ballenas en el océano. En cuanto a la

segunda característica mencionada, podemos afirmar que el código genético es
redundante y eficiente. Esto significa que un aminoácido puede estar codificado por
más de un codón, lo que proporciona una especie de «respaldo de seguridad»,
permitiendo que pequeñas mutaciones en el ADN no alteren excesivamente las
proteínas producidas.
Sus aplicaciones son extensas, sin embargo, su uso ha marcado un antes y
un después en la medicina personalizada, donde permite tratamientos basados en el
perfil genético del paciente. También es un recurso útil en el campo de la
biotecnología, donde se utiliza para modificar organismos y producir medicamentos,
alimentos genéticamente modificados y enzimas útiles en la industria.
Una de las curiosidades más sorprendentes del código genético es que
científicos han enviado representaciones gráficas de éste en naves espaciales, como
parte de mensajes a posibles formas de vida extraterrestre.