Podemos pensar en la ingeniería genética como un taller alquimista del siglo
XXI, donde los científicos manipulan los códigos genéticos para crear organismos
modificados genéticamente (OMG). En su esencia, es la aplicación de técnicas
moleculares para alterar la información genética de un organismo, ya sea para
mejorar sus características o para dotarlo de nuevas habilidades.
En el escenario microscópico, la ingeniería genética despliega su magia al
aislar, modificar y reinsertar segmentos específicos de ADN. Estos segmentos
pueden ser tanto exógenos, provenientes de otras especies o fuentes externas
(como parte del proceso de creación de organismos transgénicos); como endógenos,
utilizando herramientas como CRISPR-Cas9 para la edición precisa de genes dentro
del genoma de un organismo.
Hoy en día, la ingeniería genética tiene una amplia gama de aplicaciones
prácticas. En la medicina, se utiliza para desarrollar terapias génicas que pueden
corregir enfermedades genéticas hereditarias al reemplazar genes defectuosos en
versiones funcionales. En la agricultura, se emplea para mejorar la productividad de
los cultivos, hacerlos más resistentes a enfermedades o condiciones ambientales
adversas, y para desarrollar variedades de alimentos con características
nutricionales mejoradas.
La primera aplicación comercialmente exitosa de la ingeniería genética fue la
producción de insulina humana recombinante en bacterias. Antes de esto, la insulina
utilizada para tratar la diabetes se obtenía a partir de páncreas de animales, lo que
presentaba limitaciones en términos de suministro y calidad.