Imaginemos filamentos delgados, como delicados hilos de una telaraña, pero
que poseen la fuerza de los cables de acero. Estas estructuras dinámicas están
compuestas por subunidades de proteína tubulina, que se alinean para formar
cilindros largos y huecos que sirven como columna vertebral de la arquitectura
celular.
Caracterizados por su inestabilidad dinámica, los microtúbulos exhiben una
notable capacidad para crecer y encogerse de manera regulada, similar a un ballet
de flujo constante. Esta danza de crecimiento y contracción es crucial para procesos
como la división celular, donde los microtúbulos orquestan la intrincada coreografía
de la segregación cromosómica. Desempeñan innumerables funciones; por ejemplo,
actúan como rieles guía para los motores moleculares, transportando cargas vitales
como cromosomas y orgánulos a sus destinos designados dentro de la célula.
En el ámbito de la genética aplicada, los microtúbulos han encontrado
diversas aplicaciones que van desde la terapia del cáncer hasta la investigación de
enfermedades neurodegenerativas. Por ejemplo, existen fármacos que se dirigen a
los microtúbulos y se utilizan en el tratamiento de diversos tipos de cáncer al alterar
la dinámica de la división celular e inducir la apoptosis o muerte celular programada.
Además, los estudios que investigan el papel de la disfunción de estas proteínas en
enfermedades como el Alzheimer y el Parkinson han arrojado luz sobre posibles vías
terapéuticas para estas patologías.