Las translocaciones cromosómicas son actos de malabarismo genético donde
fragmentos de cromosomas se rompen y se unen a otros, generando nuevas
combinaciones génicas. Este intrigante fenómeno puede ocurrir tanto en células
somáticas como en células reproductoras, y su impacto puede ser una sinfonía
genética o un desafío para la salud.
A diferencia de la herencia genética típica, donde los genes se transmiten de
padres a hijos sin cambios, las translocaciones cromosómicas alteran el mapa
génico. Estos reordenamientos pueden ser recíprocos, donde dos cromosomas
intercambian fragmentos de manera equitativa, o desbalanceados, donde un
cromosoma cede más material genético que el otro.
Las translocaciones pueden ocurrir entre cromosomas no homólogos o entre
homólogos, añadiendo una capa adicional de complejidad y misterio. Cuando
involucran cromosomas homólogos, pueden resultar en una translocación
balanceada, fomentando la variabilidad genética y la evolución al generar nuevas
combinaciones y contribuir a la diversificación de las poblaciones con el tiempo.
En algunos casos, como en ciertos tipos de cáncer, las translocaciones
cromosómicas pueden conducir a la fusión de genes, dando lugar a proteínas
alteradas que contribuyen al desarrollo de la enfermedad. Por ejemplo, en la
leucemia mieloide crónica, se produce una translocación específica entre los
cromosomas 9 y 22, creando el cromosoma Filadelfia, que impulsa la proliferación
descontrolada de células cancerosas.
La translocación robertsoniana es un tipo específico de translocación
cromosómica en la que dos cromosomas acrocéntricos, generalmente los
cromosomas 13, 14, 15, 21 o 22, se fusionan en una sola estructura cromosómica.
Este fenómeno resulta en la pérdida de los brazos cortos de los cromosomas
involucrados y en la formación de un cromosoma metacéntrico más grande.