por: Jennifer Pochne
El 24 de noviembre de 1859, salía a la luz la primera publicación del libro “El Origen de las Especies” (“On the Origin of Species” en su idioma original) escrito por el naturalista inglés Charles Darwin. Las páginas de esta obra maestra son el resultado de las observaciones e investigaciones realizadas por el joven Darwin durante su histórica expedición a bordo del HMS Beagle entre 1831 y 1836. Durante ese viaje, Darwin recopiló datos y experiencias que le permitieron desarrollar su teoría de la evolución y la selección natural.
Tras su regreso de la expedición, Darwin ya tenía una comprensión bastante clara sobre su teoría de la evolución. Sin embargo, le preocupaba la posible controversia que sus ideas podrían generar en el contexto social y religioso de la sociedad victoriana de la época. Por ese motivo, esperó más de dos décadas para dar a conocer sus conclusiones.
En junio de 1858, Darwin recibió una carta de su joven colega Alfred Russel Wallace, quien había llegado a la misma idea: la selección natural era el mecanismo que guiaba la evolución de las especies. Este intercambio de correspondencia fue el estímulo que Darwin necesitaba para finalmente publicar su libro. Paradójicamente, su obra maestra no recibió el reconocimiento que merecía hasta muchos años después e incluso después de su fallecimiento. A pesar de esta demora, cuando su valor fue efectivamente reconocido, «El Origen de las Especies» se convirtió en uno de los pilares fundamentales de la teoría de la evolución y tuvo un impacto significativo en la comprensión de la biología y la ciencia en general.
De forma sorprendente, el 24 de noviembre, pero más de 100 años después, tuvo lugar otro evento crucial en la investigación de la evolución. En 1974, mientras trabajaba en el triángulo de Afar en Etiopía, el paleoantropólogo estadounidense Donald Johanson descubrió el esqueleto de una hembra de homínido con más de 3 millones de años de antigüedad, que se conocería como “Lucy”. Este hallazgo desencadenó una serie de investigaciones que llevaron al descubrimiento de numerosas nuevas especies, contribuyendo así a nuestra comprensión del proceso evolutivo que condujo a la especie humana tal como la conocemos en la actualidad.
En conmemoración de estos dos eventos significativos y en reconocimiento de su coincidencia en la misma fecha, cada 24 de noviembre se celebra el Día Mundial de la Evolución.
¿De qué hablamos cuando hablamos de evolución?
Es probable que muchas personas reconozcan a Charles Darwin como el “padre de la Teoría de la Evolución”. Sin embargo, ¿comprendemos realmente cuál fue su contribución fundamental para entender el origen de las especies?
Para responder a esta pregunta, el primer paso es definir la palabra “evolución”, que, en términos biológicos, significa simplemente “cambio”. Por lo tanto, cuando hablamos de la evolución de las especies, nos referimos a cómo han cambiado a lo largo del tiempo. ¿Fue Darwin el primero en introducir este concepto de cambio? En realidad, la controversia entre los transformistas (que sostenían que las especies cambian) y los fijistas (que argumentaban la inmutabilidad de las especies) había existido mucho antes de Darwin.
Entonces, ¿cuál fue la contribución más destacada de este famoso naturalista? Darwin propuso un elegante e ingenioso mecanismo conocido como selección natural, que explicaba cómo las poblaciones podían evolucionar de manera que se volvieran más aptas para sobrevivir en sus entornos con el paso del tiempo.
La idea central de Darwin se basa en que, dentro de una población, algunos individuos poseen rasgos heredables que los hacen más aptos para sobrevivir y reproducirse. Estos rasgos proporcionan una ventaja adaptativa que siempre está relacionada con las condiciones del entorno, como la presencia de depredadores y la disponibilidad de alimentos. En consecuencia, los individuos que cuentan con estas características se adaptan mejor al medio en el que viven, y como resultado, dejan más descendencia que sus semejantes.
Dado que estos rasgos ventajosos se heredan y los individuos que los poseen tienen más éxito reproductivo, con el tiempo, esos rasgos se vuelven más comunes en la población. A lo largo de varias generaciones, la población se adapta gradualmente a su entorno. Sin embargo, si las condiciones ambientales cambian (por ejemplo, debido a alteraciones en el entorno), los individuos que, por azar, nazcan con rasgos heredables que se adapten mejor a las nuevas condiciones tendrán una ventaja en términos de supervivencia y reproducción. Aplicando la misma lógica, a lo largo de varias generaciones, la población experimentará cambios para adaptarse al nuevo entorno.
Si bien la idea de la selección natural de Darwin puede parecer lógica en la actualidad, en su momento fue absolutamente innovadora. Es importante comprender que en la época de Darwin aún prevalecía una fuerte creencia religiosa en la creación divina, que sostenía que todas las criaturas de la Tierra habían sido creadas tal como son por un ser supremo.
Las ideas de Darwin no sólo desafiaron la noción de “creación divina” como un acto definitivo, sino que también introdujeron el concepto del azar como una variable fundamental en la evolución de las especies. Este aspecto es quizás uno de los menos intuitivos que presenta la teoría de Darwin, y es la razón por la que, incluso en el siglo XXI, algunas personas aún entiendan la evolución en un sentido equivocado. Algo similar le sucedió a Lamarck, predecesor de Darwin, quien tenía la creencia errónea de que las características adquiridas durante la vida de un organismo se transmiten a sus descendientes.
Las consecuencias de la publicación de la obra de Darwin
La publicación de “El Origen de las Especies” no solo marcó una revolución en la ideología de su tiempo, sino que también transformó el mundo de la ciencia. Aunque la comunidad científica inicialmente recibió el libro con cierto escepticismo, la obra del naturalista presentaba un rigor y una evidencia científica sólida que finalmente convenció incluso a los científicos más escépticos.
Con el tiempo, la Teoría de la Evolución de Darwin ha sentado las bases de la biología moderna y, hasta el día de hoy, sigue siendo relevante en numerosas investigaciones científicas en los campos de la biología evolutiva, la biodiversidad y la conservación. Para algunos pocos, Darwin será recordado como el hombre que se atrevió a sugerir que los humanos descendían de los monos. Para otros, sus contribuciones resultan invaluables y representan un punto de inflexión fundamental en el desarrollo de la ciencia moderna.